La Ciudad de Úbeda, con asentamientos pertenecientes ya al Bronce Medio en su actual territorio urbano, era fundada en el segundo cuarto del siglo IX por Abd-al-Rahman II y terminada de levantar por su hijo Muhammad.

Conquistada por Fernando III en 1234, esta villa, la Madina Ubbadat al-Arab -al igual que su hermana Baeza-, ha sido hasta entonces población de una estimable riqueza agrícola (según las crónicas de Albufeda debió predominar el minifundio hortícola y cerealista) en su extenso territorio.

La Ciudad, alegre y divertida -tan ajena a su posterior imagen-, famosa por sus bailarinas de evocadora gracia e ingenio, amante de la música y de la danza, que nos describe Al-Sacundi, había nacido en un lugar de privilegiada estrategia militar y económica.

Sobre la loma a la que da nombre, dominando los valles del alto Guadalquivir y Guadalimar, pronto su núcleo urbano va a experimentar un considerable desarrollo, siendo amurallada definitivamente en el siglo XII por los almohades. Su estratégica ubicación como puerta del Al-Andalus hacia Castilla, así lo aconsejaba.

Esta situación, tras la conquista cristiana de la Ciudad y de todo el valle del Guadalquivir, se va a invertir.

A partir de ahora (siglo XIII), la nueva villa de realengo se convierte en «guarda y defendimiento» de los Reinos de Castilla; esta vez frente al último territorio árabe de la península: Granada.

La voluntad fronteriza parece ser una constante cultural del desarrollo histórico de nuestra ciudad.

La conquista y posterior repoblación cristiana, llevada a cabo fundamentalmente con castellanos y leoneses, ha propiciado un cambio sustancial. La población árabe, aunque dispersada en parte con la ocupación militar, se va a extinguir, prácticamente en 1263, tras la abortada sublevación mudéjar. El nuevo asentamiento humano se consolida lentamente pero con firmeza, merced a la concesión regia de tierras y privilegios (fuero dé Cuenca, mercedes de toda índole propias de una situación fronteriza). La economía agraria, en fin, va a sufrir una radical transformación, pues el minifundio es sustituido en gran medida por las grandes propiedades del Común y Propio del Concejo y el reparto de grandes lotes de tierra a sus nuevos moradores, básicamente en compensación a su contribución militar.

Su alfoz jurisdiccional y económico es enorme. Y, obviamente, tras el cambio del modo de explotación-producción agrícola, cambian a un tiempo los tipos de cultivo, permaneciendo el cereal pero aumentando la vid y el olivar, cuya explotación, más extensiva que intensiva, proporciona un manifiesto abstencionismo laboral en pos de un modelo de vida más urbano.

En el siglo XV, la población sufre los recesos propios de una continuada crisis demográfica, propiciada por las sequías cíclicas y sus consecuentes brotes de epidemias. Al mismo tiempo, la Ciudad sigue aumentando su carácter y configuración de encrucijada militar. Un carácter militar y nobiliario que se traduce en constantes pugnas internas y alborotos promovidos por sus dos grandes linajes: Cuevas y Molinas.

Adscritos a ellos la casi totalidad de las familias hidalgas de la población. A los Molinas pertenecen los caballeros y escuderos de Molina, Zambrana, Carvajal, Valencia, Ribera, Salido, Zúñiga, Porcel, Godoy, Padilla, Dávalos, Hermosilla, Segura, Peñuela, Chinchilla, Extremera, Salamanca, Castillo, Navarrete, Trillo, Orozco, Crespo y Medina. A los Cueva: Cueva, Salido, Salamanca, Chirino, Vela, Guzmán, Vázquez, Santa Cruz, Torilla, Valdivia, San Martín, Mercado, Pareja, Ortega, Albornoz, Alcaraz, Pedrosa, Quesada, Biedma, Calancha, Perea, Fresno, Alcalá y Calatrava.

Su amurallamiento es impresionante -como aún hoy podemos apreciar-. De él afirmaba Argote de Molina en su «Nobleza del Andalucía», publicada en 1586: «Es la Ciudad de Úbeda cercada de muralla muy fuerte y hermosamente torreada que le da mucha majestad y ornato». Cuarenta y cuatro años más tarde (1630), otro historiador, Pedro Méndez de Silva, cita a Úbeda en su célebre «Población de España», en los siguientes términos: «Con fuertes y torreados muros, hermoseada de vistoso alcázar se descubre en un cerro la ciudad de Úbeda».

Y este amurallamiento, elemento defensivo y fiscal de primer orden, es completado por un extraordinario alcázar en el borde sur de su perímetro urbano. La posesión de este baluarte, cuando no la posesión del mismo poder municipal, va a ser el motivo primordial de una inestabilidad sempiterna, fruto de las apetencias de poder de un patriciado urbano cada vez más prepotente y dominante.

La llegada al poder de Isabel y Fernando cambia en gran medida aspectos definitorios de la población. Una vez en el trono, la pacificación interna de este «vaso de ponzoña» -como definiera la católica Reina a la ciudad-, es objetivo prioritario de los Monarcas, tratando más de equilibrar el poder de ambos bandos que de acabar por imposibilidad material, con el tema. En mayo de 1498 los Reyes envían desde Toledo carta a los Concejos de Úbeda y Baeza tomando serias medidas contra el problema. «A nos es fecha relación -dicen los Monarcas-, que esas dichas civdades de mucho tiempo a esta fecha avido e ay vandos e parcialidades a los escuderos e civdadanos e oficiales dellas en los ruydos e en las otras cosas acuden a los caballeros que son de bandos allegados a los tales caballeros muchas veces ellos dan cavsa a los ruydos e bollicios que en ellas e en cada una dellas acaescia los caballeros por servir dellos e por los tener por allegados pa sus vandos e parcialidades los favorescian por cuya cavsa se recrecen ruydos e daños en las civdades»
.
Ya con anterioridad, en diciembre de 1479, los Reyes habían amonestado a la ciudad por este mismo motivo. Y en todo ello; básicamente una única causa: La tenencia y posesión de los cargos públicos de un poder municipal ya totalmente en manos del patriciado urbano.

A principios de siglo, miembros del linaje de los Molina envían un memorial de agravios y quejas a la Reina Doña Juana. El documento,, custodiado en el Archivo General de Simancas, es de un extraordinario valor a la hora de mostrarnos todo un agua-fuerte vivo y real del ambiente que por aquellas fechas debía respirarse en la ciudad.

Todo un mosaico de la vida cotidiana de un pueblo enrarecido por los continuos enfrentamientos de familias, enfrentamientos que penetran en el tejido social de la comunidad, abarcando los aspectos más domésticos de la propia convivencia.
Aunque extenso, creo que bien merece la pena el que sea transcrito en este trabajo casi en su integridad. Dice así:

«Muy poderosa señora.

Francisco de Molina, vecino de la ciudad de Úbeda, besa las manos de vuestra alteza a la cual plega saber que el corregidor e tennientes de alguasiles de la dicha ciudad an dado lugar de año y medio a esta parte que ha que es corregidor en la dicha ciudad a los caballeros e hidalgos de Molina e a otros vecinos de la dicha ciudad an hecho los agravios e sinrrazones siguientes e dado lugar a que se hagan.

Primeramente que yendo por la plaza de la dicha ciudad Pedro Afán de Ribera e Luis del Castillo, salieron a ellos Juan de Pareja, hijo de Sebastián de Pareja e otros diez o doce con él e les dieron de cuchilladas, e los corrieron por la plaza adelante e dieron una cuchillada por la cara a la sazón al dicho Luis del Castillo, lo cual era en medio del día e el dicho corregidor e tenientes prendió a los dichos Pedro Afán e Luis del Castillo e los encarcelaron en la cárcel pública e penaron; e el dicho Juan de Pareja e a los otros delinquentes no los prendieron más de cuatro e el dicho corregidor les puso una costa e al cabo de dos o tres días le soltaron sin darle otra pena a los otros delinquentes.

Item que después del dicho Luis del Castillo fue sano de la dicha cuchillada puede haber dos meses que yendo el dicho Luis del Castillo a dormir a casa de su madre salieron a él e le dieron ocho cuchilladas e le dejaron por muerto; E a que el dicho Luis del Castillo lo hizo saber al dicho corregidor e lo envió a decir a algunos de los que le había acuchillado, no ha hecho proceso alguno contra ellos ni ha curado después dellos.

Item que en la plaza pública de la dicha ciudad, estando don Diego de la Cueva e Juan de ortega Redidores, salió Luis, criado del dicho don diego e por mandado de ellos dio de cuchilladas a Pedro de Trillo que es un hidalgo e hombre de pro porque había salido a la plaza e el dicho don Diego a la sazón echó mano a la espada e el dicho Juan de Ortega e porque el dicho don Diego dijo al teniente Salablanca que llegó a la sazón que si no prendía al dicho Pedro de Trillo que le haría matar llevó preso yendo herido el dicho Pedro de Trillo e contra el dicho Luis que le hirió no ha hecho proceso ninguno ni contra los dichos Diego ni Juan de Ortega, antes el dicho Luis se anda por la plaza públicamente.

Item que el dicho don Diego de la Cueva hablando con un Martín Cano públicamente en la plaza ante muchas personas dijo al dicho Martín Cano por qué había dado por él una sentencia el presidente e oídores de Granada contra unos amigos del dicho don Diego e otra sentencia contra el dicho don Diego, dijo vos e los oydores de Granada merecedes ser ahorcados e hechos cuartos e puestos en aquel rollo.

Item porque Alonso Redondo, escribano de la ciudad non dio tan presto una escriptura a Villalón Mercader que es de la parcialidad de Don Luis e Don Diego dio el dicho Villalón Mercader con un puñal de cuchilladas en la cabeza al dicho escribano; ni el dicho corregidor ni tenientes no le han prendido ni hecho proceso contra él e se anda públicamente e por la plaza.

Item que uno que se dice Barajas, que es de Don Luis de la Cueva, dio al dicho Alonso Redondo escribano de espaldarazos en la plaza, en presencia de muchos de Luis de la Cueva que estaban para le favorecer el dicho Barajas, se anda públicamente, por la plaza de la dicha ciudad e aun tienen una espada de dos manos e contra él el corregidor e tenientes no han tomado medida ni proceso contra él e así se fue el dicho Barajas con la espada en las manos alcanzó a Casado en casa de Orozco e hirió con la dicha espada a un hijo del Comendador Chinchilla.

Item que los hijos de Beltrán de Pareja e otros hijos de Don Luis con hasta veinte hombres fueron a casa de Guiado Ribera regidor e entraron en su casa para le matar e le cortaron un dedo de la mano e le dieron muchas heridas y sobre ello el corregidor ningún castigo ha hecho hasta hoy, antes se andan los dichos delincuentes públicamente por la ciudad.

Item que un Antón de Alcaraz, que es del bando de la Cueva porque los alcaldes de hermandad le prendieron un pastor les dijo en la plaza públicamente que eran ladrones e robadores e puso la mano a la espada para ellos e el dicho Antón de Alcaraz se anda públicamente por la plaza sin que le hayan dado pena.

Item que dos hijos de Juan de Alcaraz mercader que es de dicho linaje de la Cueva, quitaron al alguasil un preso e le dieron una chchillada en la cara e los dichos delinquentes se andan por la ciudad e por la plaza públicamente sin que el corregidor ni tenientes hayan hecho cosa alguna contra ellos.

Item que queriendo el alguacil de la dicha ciudad tomar alas armas a un hijo de Juan de Alcaraz, corrieron al dicho alguacil a cuchilladas e a pedradas él e otros que estaban allí e sobre esto no ha habido castigo alguno.

Item que otros de la Cueva corrieron al dicho alguacil e le dieron con un bacinejo lleno de basura en la cara e le hirieron e de esto ho ha habido ningún castigo.

Item que uno que se dice Antón Salido, hijo de Antón Salido, que es del bando de los de la Cueva, pidiéndole el alguacil las armas a un hombre suyo en la plaza, dijo al alguacil que le metería la vara por vergonzoso lugar e se la sacaría por la boca e sobre esto no hubo castigo más de destierro de la dicha ciudad por ciertos días el cual destierro nunca salió a cumplir, antes se anduvo públicamente por la dicha ciudad de casa en casa jugando.

Item porque el alguacil pidió a un hijo de Beltrán de Pareja las armas no se las quiso dar e echó mano de la espada e acuchilló al alguacil e le cató en la vara e en la mano e ninguno hubo en la dicha plaza que favoreciese a la justicia e sobre ello no ha habido ningún castigo.

Item que hablando don Diego de la Cueva con el alguacil sobre le tomar las armas le dijo que si él hacía algo que no debiese que lo pagaría en su residencia e don Diego le respondió no se ha de esperar a esto sino que lo habés de pagar con la cabeza, e diciendo otras palabras desonestas en desacatamiento de la justicia.

Item que el dicho corregidor ha tenido e tiene después que esta en el oficio tenientes que han sido e son vecinos de la dicha ciudad e de bando de la Cueva los más, no embargante que ha sido requerido que tenga tenientes forasteros e hombres sin sospecha.

Item que el dicho corregidor e los dichos regidores de bando de la Cueva hacen muchos calbildos secretos fuera del lugar acostumbrado e del bando de Molina muchas cosas en daño de la dicha ciudad e vecinos della e en deservicio de vuestra alteza.

Item que el teniente de corregidor Salablanca ha condenado a muchas personas por quebrantamientos de cárceles porque van a dormir a sus casas con licencia del alguacil aunque pareció que el dicho alguacil dio la dicha licencia.

Item que algunos regidores e caballeros del linaje de Molina viendo los agravios tan notorios que les hace sus contrarios, e como no hacen justicia de ellos, aunque delincuen gravemente e como a los de Molina por pequeña culpa que tengan los penan e castigan gravemente el dicho corregidor e su teniente e quejándose de esto al dicho corregidor e no lo pudiendo él negar que pasa, así responde, dice que él no puede hacer más de lo que hace, que él porque en vuestra corte tiene por enemigos a los de Molina e quejándose de esta manera de los mismos tenientes dicen quel corregidor no les da favor ni de la corte se la dan e por esto no les hace justicia a causa delo cual muchos hidalgos e regidores e otros vecinos se han desavecindado en la dicha ciudad e ido a vivir a otros lugares...».

No obstante, la existencia de un poderoso alcázar hace impune al linaje que lo posee, golpeando seriamente la frágil estabilidad del poder local. Es por ello que en 1503 es ordenado derribar y allanar las murallas y torres de éste, existentes entre la fortaleza y la ciudad, hecho que no se lleva a cabo hasta 1507.

La destrucción del antiguo alcázar va a propiciar el primer gran cambio de la imagen urbana de la ciudad. Sus materiales son vendidos, al igual que los solares, previa autorización de Doña Juana, al Concejo. Pero este fenómeno jamás hubiese sido posible sin la existencia previa de un hecho de enorme trascendencia histórica: la conquista de Granada.

Con ello, y con la activa presencia del Concejo y linajes en la larga campaña militar, se completa el sedimento nobiliario de la ciudad en una situación que, paradójicamente, ya no va a ser concordante con su origen y posterior desarrollo durante dos centurias.

La ciudad había dejado de ser tierra de retaguardia fronteriza. Su configuración política y social, en cambio, quedaba en pie de cara al nuevo siglo prácticamente recién estrenado.

En 1520 estalla el conflicto de las comunidades castellanas. De nuevo el problema de los bandos arrecia en la ciudad, desdibujando el papel jugado por el Concejo en la contienda. La ciudad participa, al igual que los principales municipios andaluces, enviando procuradores a la conferencia de la Rambla en 1521, lo cual -aun no llegando a suscribir el acta final de la misma- manifiesta una toma de partido por la causa imperial.

Sin embargo el levantamiento no deja de producirse, sin duda alguna motivado por el linaje de los Molina poco satisfecho con el Corregidor Don Hernando de Roxas, nombrado por el Emperador y algo inclinado al linaje de los Cuevas, a la sazón dueños de los destinos municipales.

El 19 de agosto Úbeda y Baeza se sublevan. El corregidor, prácticamente, no opone resistencia. «No era a la Comunidad -nos dice Joseph Pérez- a la que temía el corregidor, sino más bien a la nobleza local, ya que poco antes de abandonar su puesto había expulsado al clan de los Molina. En el momento de su cese no oculta su desconfianza hacia la nobleza, afirmando que "no daría las varas a ningún caballero syno a los diputados"».

Luchas callejeras, asesinatos, robos, incendios. A Francisco Ruiz, de Baeza, del linaje de los Molina, lo matan los Cuevas en el Altozano. Don Luis de la Cueva, jefe de su clan, es lanceado en su litera a la salida de la ciudad hacia Baeza.

La carta de perdón, enviada por el Emperador a la ciudad desde Burgos en 1521, aporta importantes luces a la interpretación del fenómeno, un fenómeno de especial interés, sin duda por su trascendental valor a la hora de vislumbrar el contexto social, político y económico, de la ciudad en las primeras décadas del XVI.

A la «voz de comunidad» -como en las ciudades castellanas- se levantan los parciales de los Molina incitando a los diputados a quitar las varas de la justicia al corregidor y sus oficiales.

Después, «pusieron en ella y en las villas y lugares de su tierra, justicias de su mano e que para ello se armaron muchos vecinos e moradores desa dicha ciudad e su tierra e a otras personas de fuera parte que en ellas se hallaron y para hacer lo susodicho obo algunas juntas y se armaron y juntaron muchas gentes de la dicha ciudad y ovo en ella mucho escándalo y alboroto y se dijeron algunas palabras desordenadas por algunas personas en nuestro de-servicio...».

El asunto adquiere matices de movimiento antiseñorial cuando los comuneros ubetenses envían efectivos a la villa de Villanueva del Arzobispo para defender a los vecinos de Villacarrillo de los ataques del Adelantado Mayor de Cazorla García de Villarroel.

Sin embargo el tema es de una absoluta confusión, cuando no propio de aptitudes de dudoso compromiso. Prueba de ello es que los nuevos Alcaldes y alguaciles, elegidos por los diputados ubetenses, pretenden actuar en nombre del Rey y no de la Comunidad, protestando cuando se hacía mención de este término: «Contradezían a las personas que dezían que esta ciudad estaba en comunidad. Nunca tuvieron nombre de comunidad» .

Luego los excesos son compartidos por ambos bandos, saqueando, expropiando bienes, despojándose mutuamente de prevendas, hasta el extremo de serle arrebatada la escribanía del crimen de la ciudad a Don Francisco de los Cobos, Secretario del Emperador y miembro del linaje de los Molina.

Muchas fincas urbanas fueron derribadas o incendiadas, poniéndose a la venta maderas, piedras y tejas. En este año de 1521 un huracán completa el desastre urbano desmantelando casi todos los tejados y cuarteando gran número de edificios.

La ciudad es, finalmente, pacificada. El Emperador otorga su perdón y es llegado el momento de la reconstrucción. La hora de la gran renovación urbana había sonado.

Pero, ¿cómo y cuántos eran los ubetenses de aquel entonces? ¿Cuál era la organización social y las principales fuentes de riqueza de la ciudad en el siglo XVI?

Es de todo punto fundamental partir de un análisis de la población local en cuanto a su número, evolución y localización dentro del territorio urbano. Es decir, es fundamental el estudio demográfico del elemento humano como base de todos los restantes.

Como reflexión de partida, hemos de ser conscientes de que nos hallamos en una sociedad de configuración fuertemente rural y débilmente poblada.

Ya Alonso de Quintanilla, Contador Mayor de Castilla, da en los últimos años del siglo XV, una cifra global de un millón y medio de vecinos (hogares) para los Reinos de Castilla, León, Toledo, Murcia, Andalucía, sin contar con la población del Reino de Granada, Navarra y País Vasco.

Sobre los Reinos de la Corona castellana, base de casi toda la imposición fiscal, son abundantes los padrones de vecinos existentes, tanto en ef ámbito civil como en el eclesiástico. Para ver la población de nuestra ciudad voy a presentar tres propuestas de censo, una referida al año 1530 -recogida por Tomás González- , otra al año 1575 -sin duda alguna el padrón de repartimiento más completo existente en el Archivo Municipal de Ubeda- , y una tercera referida a 1591, existente en el Archivo General de Simancas y recogida por Manuel Fernández Alvares .

Primeramente tenemos que ver cuántos habitantes, por término medio, hay que considerar por cada vecino. Felipe Ruiz, nuestra gran autoridad en temas demográficos, plantea como término medio el coeficiente 5. Sin embargo, los recientes estudios sectoriales llevados a cabo en archivos parroquiales, así como las relaciones de las llamadas «calles hitas» del Archivo General de Simancas (o relaciones de vecinos de cada ciudad, calle por calle y casa por casa), nos hacen rebajar este coeficiente por debajo incluso del número de 4.

No obstante, utilizando el coeficiente 4 sobre la observación de los censos de 1530 y 1591, Fernández Alvarez nos da la siguiente cifra de población para Úbeda: En el año 1530: 10.400 habitantes. En el año 1591: 17.500 habitantes.

Estos datos adquieren una verdadera significación si los comparamos con los 19.407 vecinos (fuegos u hogares) del censo de 1530 estudiado por Tomás González y los 42.475 de Simanca (1591), ambos referidos a todo el Reino de Jaén.Pero las cifras, siempre relativas, adquieren un mayor valor indicativo en el contexto global y comparativo con otras poblaciones.
 
LUGAR

Año 1530

Año 1591

Burgos   

6.000

10.500

Soria

1.500

1.700

Valladolid 27.000 32.000
Salamanca 10.000 20.000
Segovia 11.400 22.200
Madrid 3.000 30.000
Toledo 23.000 44.000
Cdad Real 4.800 8.200
Alcalá Hes 3.400 10.200
Badajoz 8.000 11.200
Murcia 10.400 13.500
Jaén 16.800 22.400
Córdoba 23.200 25.000
Sevilla 26.000 72.000
Carmona  5.500  7.800
Cádiz 2.000  2.500
UBEDA 10.400 17.500

Mas posiblemente sea el padrón de repartimento del Servicio Real llevado a cabo en febrero de 1575 para la ciudad, el más completo y rico en datos demográficos. Hemos de dejar, no obstante, claro que la última Parroquia de San Juan Evangelista (generalmente poco poblada), está inacabada. También hay que indicar que los datos referidos a hidalgos y clérigos, población no pechera, son relativamente dudosos, ya que no están, o al menos no deberían figurar todos ellos recogidos, por tratarse de personas exentas de tributación. Por último, no existe relación de los clérigos y monjas regulares, motivo por el cual añadimos la cantidad de 330, cifra posiblemente bastante verosímil. (Ver Cuadro 1)

A tenor de estas cifras, jalonadas a lo largo de todo el siglo, 1530, 1575 y 1591, y sobre todo, basado en otros censos parciales, encontrados en el Archivo Municipal -refiriéndonos a estudios comparativos de parroquias o collaciones-, encontramos una población en franco proceso evolutivo desde principios de siglo hasta las últimas décadas de la centuria, años 80, en las que ésta se estabiliza para iniciar, inmediatamente, un descenso bastante apreciable, descenso que continuará durante todo el siglo XVII, tal como apreciamos en otro patrón de repartimento referido al año 1615 . (Ver Cuadro 2)

Ya hemos visto el número de ciudadanos en este siglo príncipe de la ciudad. Pero quedan otras muchas preguntas. ¿Cómo vivían?, ¿cuáles eran sus principales medios de producción?

El año 1508, el personero de la ciudad, Juan Alonso Redondo, pide a la Reina Doña ,Juana, que sea suprimida una sisa llamada «sisero», «que es de cada fanega que se cuece un pan, la cual dicha imposición dice que arrienda esa ciudad por seis o siete mil maravedíes». Ante tal petición la Reina pide al corregidor que inicie una investigación sobre el asunto. Como siempre, es efectuada una encuesta y resulta sumamente interesante la conclusión remitida por el bachiller Alfonso de Salamanca, Alcalde de la ciudad, a Doña Juana, en la que literalmente se expresa, «esta impoxición que se llama sysero está sin título ni fundamento alguno e se lleva solamente de costumbre e sobre ello hay en el regimiento de la dicha ciudad muchas querellas de la gente pobre y miserable que son las personas que venden pan cocido en poca cantidad porque casi toda esta ciudad vive de su labranza y apenas hay hombre que no tenga pan y vino de su cosecha y sólo la gente miserable es la que vende en poca cantidad e la gente forastera la que compra».

Es decir, a pesar de un considerable número de desheredados (642 vecinos pobres en el padrón de 1575; 157 en el de 1615), «casi toda la ciudad vive de su labranza», o lo que en otros términos podemos afirmar: Tiene un «buen pasar». La tierra es generalmente rica y ésta constituye y supone la principal fuente de riqueza de la población.

Por lo demás, aun a pesar de la existencia de grandes propiedades, subsisten las explotaciones medias y hasta pequeñas que aún hoy nos caracterizan.

Una nota va a ser definitoria en el agro ubetense durante casi todo este siglo. Y ésta no es otra que la existencia de un tenaz y enriquecedor proceso de roturación de terrenos baldíos, bosques y pastizales, desde apenas iniciado el siglo, hasta el extremo -según Ruiz Prieto- que en una exposición del Concejo para facilitar pastos a los ganados, se afirma no haber sitio en tres leguas a la redonda más que la Dehesa Concejo o Cerro Buitrero.

Si tenemos que apuntar una causa importante -junto al ya mencionado aumento demográfico, que más que causa es efecto- de este fenómeno, éste es el continuado proceso inflacionista iniciado en las dos primeras décadas del siglo (y magistralmente estudiado por Hamilton), que origina la traída de metal precioso de las Indias a la península.

Este fenómeno, ligado a la gran demanda americana de productos agrícolas, ocasiona que el precio del trigo se doble en la primera mitad del siglo XVI, el aceite se triplique y el vino se eleve a más de siete veces y medio su valor inicial. Así, el precio del aceite de oliva aumenta la arroba de 80 maravedíes en 1511 a 238 en 1549, de la misma forma que la arroba de vino pasa de importar 20 maravedíes a 151 en estos mismos años de referencia, al tiempo que la fanega de trigo aumenta de 89'4 a 187 .

Estas cifras adquieren un valor sumamente esclarecedor si comprendemos que el valor del maravedí era el de unas 12 pesetas (1984), siendo 50 maravedíes el jornal diario de un peón albañil.

Por lo demás, las Indias -ya lo he apuntado- suponen en estos años un nuevo mercado de productos agrícolas de primerísima magnitud. Lógicamente, en un principio, las comarcas abastecedoras van a ser aquéllas limítrofes a la ciudad de Sevilla.

Sin embargo, al incrementarse esta demanda, se va a ver aumentada la zona de cultivo dentro de la cuenca del Guadalquivir en un área más extensa hacia las tierras interiores. «La prosperidad de una comarca que, en esta dimensión -nos dice Ramón Carande-, alcanza la serranía de Baeza y Úbeda, la densa población y la riqueza de éstas y otras ciudades inmediatas -aunque no carecieran de industrias, entre ellas la textil-, estuvo en íntima dependencia, desde entonces, con la demanda de aquellos frutos de su campiña, y el cultivo se vio estimulado por la elevación de precios».

No debemos de olvidar que estos precios aumentan también considerablemente en relación con los precios básicos establecidos para la península, lo cual, obviamente, hace más rentable la inversión de capital en el campo.

Y esta inversión, naturalmente, no se va a detener hasta ya iniciadas las últimas décadas del siglo merced a la pérdida gradual de estos mercados, en la medida que cada vez las tierras del Nuevo Mundo son más autosuficientes, toda vez que la colonización se asienta de un modo definitivo tras la conquista de estos territorios. Curiosamente el proceso de inversiones agrícolas va a estar íntimamente ligado a otro proceso, y éste es el de la configuración urbana, más exactamente el de nueva construcción dentro de la ciudad.

Si nos detenemos en este detalle observamos cómo hasta 1575 -interpretando esta fecha como un hito referencia, año de la construcción del Hospital de Santiago y muerte de Andrés de Vandelvira-, se han llevado a cabo las singulares obras erigidas por el gran patriciado urbano, Sacra Capilla del Salvador, Palacio Vela de los Cobos, Palacio Vázquez de Molina y otros. Patriciado urbano (ya lo veremos) enriquecido por este fenómeno económico.

Sin embargo, es a partir de estos años, años en los que decae la demanda de productos agrícolas, y en consecuencia sus precios y las inversiones en el campo, cuando apreciamos una mayor inversión económica bastante generalizada en la ciudad, en sus fincas urbanas, y por tanto la aparición de una mayor profusión constructiva, de inferior espectacularidad arquitectónica pero de mayor alcance y amplitud en el abanico social. Por decirlo de algún modo, esta arquitectura «prét-á-porter» va a suponer la nota definitoria y cuantitativa de la imagen urbana que hoy podemos aún contemplar.

Tras los sorprendentes modelos de un Andrés de Vandelvira, los esquemas repetitivos y provincianos de un modo de hacer arquitectónico cada vez más apartado de cualquier renovación lingüística. Esta arquitectura ya no es una revisión crítica de los maestros. Es, más que nada, una forma secundaria: La expresión al cabo de un recrudecimiento de tendencias constructivas medievales, implícitamente arraigadas en una tradición gremial de corte continuista.

Pero no era sólo la agricultura la única fuente de riqueza por aquellas. décadas. Muy por el contrario encontramos una importante ganadería, principalmente caballar, con gran tradición.

La ciudad contaba con mesta propia desde tiempos medievales. Vela de los Cobos, Regidor y Capitán de los hombres de a caballo de la ciudad (por citar un ejemplo significativo), es propietario de una enorme cabaña destinada a la crianza de potros y yeguas.

Y, al margen de este sector primario de la economía de la comarca, la industria. Una industria artesanal enormemente diversificada en la que predominan con luz propia dos gremios: ceramista y textil.

La cerámica o alfarería debió tener una importancia trascendental en la economía de este siglo, a tenor del abultado número de olleros, horneros, barreros y tinajeros existentes en los padrones de vecinos.Hay que indicar que por aquel entonces, los alfares ubetenses producen dos tipos diferenciados de cerámica. Una, de carácter popular y origen mudéjar, vidriada y muy similar a la que hoy conocemos empleada para el consumo utilitario. Mas existió un tipo que podríamos definir muy bien «de estilo», de carácter suntuario y mucho más rica y apreciada. Fue la cerámica en azul, amarillo y ocre, muy similar a la producida en los talleres sevillanos de la época (que recuerda ejemplares importados de Savona o Génova), piezas de reflejo dorado, cerámica, en fin, tricolor -azul, naranja, manganeso- con temas parecidos a los de Talavera de la Reina. Modelos hoy extinguidos, aunque recientemente recuperados gracias a pequeñas operaciones de excavación en alfares de San Millán.

El otro gran pilar de la industria ubetense de este siglo fue el textil, una artesanía dedicada fundamentalmente a labrar paños de género pardo, semejantes a los de Ciudad Real, Chinchilla y Baeza, aunque menos estimados -nos dice Carande- que los de Segovia, a juzgar por los precios.

Poco es lo que conocemos acerca de esta industria local, aun a pesar de que la ciudad debió estar situada dentro de los siete principales centros productores de paños del país. Sus problemas van a ser, en tanto, los mismos que por aquellos años aquejan al sector de toda la nación: la necesidad de buena lana, paradójicamente en la principal potencia productora de toda Europa. La lana, o al menos la mejor lana, era exportada, favoreciendo de este modo claramente los intereses de la todopoderosa Mesta. La materia prima es cara. Los precios en la reventa son abusivos y se va a hacer necesario la promulgación de pragmáticas, como la dictada en Toro en 1552, prohibiéndose los tratos especulativos con la lana y dando licencia a las ciudades de Cuenca, Segovia, Toledo, Córdoba, Baeza y Úbeda para estudiar si era conveniente nombrar comisiones oficiales para adquirir lana en el propio país y destinarla a los centros de producción pañero a precios de venta original.

La industria nacional no lanza al mercado cantidad suficiente de tejido para dar satisfacción a la demanda de las clases populares y ésta es cubierta con paños de importación. En suma, nos encontramos aquí con el germen de una poderosa base industrial, germen arruinado ya casi definitivamente en el siglo siguiente por una pésima política absolutamente antiproteccionista y totalmente volcada a los intereses de los ganaderos y, principalmente, de los grandes centros de exportación lanera, como la ciudad de Burgos.

Lógicamente otras artesanías no faltaron. La economía urbana es básicamente autárquica -como en el resto de la nación- y existe, en consecuencia, todo un variado repertorio gremial propio de un núcleo de población rico y expansivo.

Queda, finalmente, una última cuestión por resolver: ¿Cómo estaba organizada socialmente la ciudad?

Antes que nada hemos de tener presente que la sociedad española del Antiguo Régimen es una sociedad esencialmente estamental, o lo que es, dicho de otro modo, su organización social no tiene como base inicial una división económica, sino propia del estatus ocupacional y/o gentilicio.

Tres son, por tanto, los estamentos existentes: Fijosdalgos, Clero y Pecheros.

En la cúspide social, Nobleza y Clero. Los Pecheros, sea cual fuere su condición económica, constituyen el grueso de la población y, lo que es más importante, el total de la población productiva.

La nobleza local, como fruto de una continuada situación fronteriza, es enormemente abultada. Este es el caso de ciudades como Baeza, Jerez, Jaén, Ecija, Lorca y, como no, Úbeda, donde la concentración urbana del estamento nobiliario es bien patente.

El año 1446 tuvo lugar en Úbeda la llamada Sentencia Arbitraria, consistente en averiguar y justificar los caballeros hidalgos del linaje local que, reconocidos por tales, no debían de pechar más de cinco maravedíes en cada repartimento, declarándose también la obligatoriedad de mantener armas y caballos durante todo el año y la exención de los restantes pechos e impuestos, propios del resto de la población.

Es verdaderamente aventurado dar cifras concretas. Los hidalgos
exentos en la Sentencia Arbitraria lo son a título personal, aunque transmisibles a sus descendientes directos. En total encontramos el número de noventa y cuatro hombres y treinta mujeres. Los fijosdalgos no privilegiados, por el contrario, suman treinta y nueve hombres y nueve mujeres.

Estas cifras son posteriormente ampliadas, cinco más en 1447 y veintiuna en 1449, aumentándose con nuevas inclusiones en años siguientes. Por tanto, ya finalizado el siglo XV, el número de personas hidalgas es el de cuatrocientas noventa y seis, una cantidad importante con respecto a la población pechera o de homes buenos. Ya hemos visto cómo el número de vecinos hidalgos existentes en el padrón del Servicio Real de 1575 es de 151, lo cual es para nada indicativo, pues su inscripción es de todo punto gratuita ya que estamos hablando de personas ajenas al pago de cualquier imposición fiscal.

De cualquier manera, habida cuenta que hemos de diferenciar lo que por aquel entonces era entendido como nobleza de ejecutoria, frente a la nobleza notoria (o linaje sobre cuya hidalguía no existía ninguna contradicción, frente a aquellos que habían tenido que litigar para demostrarlo), la exactitud de las cifras es  bastante dudosa.

Empero, con notoriedad o sin ella, lo cierto es que este patrociado urbano va a detentar una base importante de los bienes raíces y, en consecuencia, se va a ver enriquecido con la mayor productividad económica agrícola.

Es este patriciado urbano el que durante este siglo va a infundir carácter a la ciudad, y es éste el que va a desarrollar y potenciar una arquitectura civil, más privada que pública, de carácter «auto afirmativo» y connotaciones muy concretas, tanto en el ámbito de lo estilístico como en el ideológico.

Afirmaba Burckhardt, que era imposible decantar el concepto de Renacimiento de ese otro concepto de sociedad precapitalista, surgida en las ciudades italianas del quattrocento. La burguesía mercantil es, por consiguiente en Italia, una auténtica vanguardia intelectual de marcado carácter renovador.

¿Existe este fenómeno social en las ciudades españolas del siglo XVI? Difícilmente. La mentalidad nobiliaria es absolutamente predominante. Ahora bien, en nuestro caso concreto, es realmente falso negar que exista una renovación urbana -al menos a un nivel de lectura arquitectónica- de carácter renacentista, carácter que en algunos casos es ciertamente sorprendente.

Sorprendente como la aparición de figuras históricas en el panorama nobiliario local, como Don Francisco de los Cobos o Don Juan Vázquez de Molina, quienes, extraídos de un linaje no excesivamente brillante (ninguno de ellos poseía títulos ni grandeza), no sólo consiguen acumular una fabulosa hacienda con mentalidad más burguesa que feudalizante, sino ejemplificar un nuevo modelo de hombre de estado, de mentalidad pragmática y hasta en ciertos casos cosmopolita. En suma, personajes extraídos del estamento nobiliario, aunque seriamente contaminados de una nueva ideología renovadora en lo moral (conocida es, en el caso de Cobos, su nunca negada simpatía hacia ideas erasmistas), y en lo económico.

El otro gran estamento privilegiado es el clero. La diócesis de Jaén es enormemente rica -su mitra, posiblemente, fuera una de las más ricas después de la de Toledo, Sevilla, Santiago, Zaragoza y Córdoba- y la riqueza difícilmente puede ocultarse.

En la ciudad existen once parroquias (una con dignidad de Colegiata) desde los primeros tiempos. Los clérigos seculares censados parcialmente en 1575 suman 78, aunque esta cifra, insisto, debe ser sensiblemente inferior a la real.

Mayores problemas encontramos para ofrecer una cifra aproximada de religiosos/religiosas regulares.

En el siglo XVI éstas son las Ordenes existentes en la ciudad: Trinitarios Calzados, Mercedarios Redentores, Franciscanos, Dominicos, Religiosos Mínimos de San Francisco de Paula, jesuitas, Carmelitas Descalzos, Hospitalarios, Franciscanas Descalzas, Monjas del Orden Tercero de San Francisco, Dominicas y Carmelitas Descalzas.

En 1595 -nos relata Ruiz Prieto-, con motivo de haberse presentado en Úbeda ciertos monjes de la Orden de Santo Domingo para fundar y poblar conventos de monjas y monjes, es tratado el tema en Cabildo. El veinticuatro Alonso de la Peñuela, manifiesta que en la ciudad hay ya bastante número de conventos de frailes y monjas de todas las Ordenes, requiriendo no fuera otorgada la licencia hasta que se diese cuenta a su Majestad, pues la fundación sería una nueva carga a los vecinos. En verdad no le faltaba razón.

Las cifras de religiosos pueden ser altamente relativas. Mas si hemos computado catorce conventos, en una media de veinticinco miembros por fundación, la cantidad resultante asciende a unas trescientas veinte personas.

Finalmente encontramos el tercer estamento. Este es enormemente heterogéneo y está constituido por todos los vecinos pecheros. Su diversificación queda planteada básicamente por dos factores: de una parte el económico, su mayor o menor fortuna; de otra, el étnico-religioso, o dicho de otro modo, su pertenencia a la gran mayoría de cristianos viejos o a las minorías de conversos o moriscos.

El reparto económico de esta gran masa de población es absolutamente desigual. En su cúspide encontramos la figura del labrador rico, personaje espléndidamente retratado por la gran literatura de estos siglos. También hallamos un colectivo de vecinos que muy bien podrían quedar tipificados genéricamente como el germen de una incipiente burguesía. Se trata de profesionales, tales como médicos, escribanos, boticarios y, naturalmente, un estimable número de mercaderes ricos (a tenor de su aportación económica al fisco), como serían Lorenzo Soto, Pedro de Arellano, Alonso de la Cueva, Juan de la Torre y un largo etcétera. En este grupo quedaría ubicada la figura del maestro en cantería o arquitecto en la acepción del moderno neologismo.

Detrás de este grupo, con economías aceptables y hasta incluso opulentas, todo el repertorio profesional de trabajadores mecánicos hasta concluir en la figura del «trabajador» genérico, o jornalero sin cualificación alguna.

El número de pobres oscila según los años, las cosechas y su reflejo, a veces trágico, en las economías domésticas de la población. Ya hemos visto cómo en el padrón de 1575 encontrábamos 642 vecinos con esta calificación, mientras que la cifra desciende sensiblemente hasta sólo 157 en 1615, ya en plena depresión demográfica y económica de la ciudad. Nos referimos a esa gran masa de viudas, beatas, huérfanos, padres de familia cuya pobreza vergonzante les impide cualquier tipo de aportación económica o «pecho» a la Hacienda Pública.

Más al margen de esta diversificación económica y estamental, dentro del abigarrado espectro social del siglo, a veces en difícil convivencia con el grueso de la población, nos encontramos con las minorías de origen étnico o religioso. Son los judíos conversos y moriscos. La tragedia de unas familias cuya integración social se hace imposible. El drama de unas minorías ubetenses marginadas por la intransigencia ideológica. La discriminación por razones de origen religioso, cuya ausencia de pureza de sangre les inhabilita en sus derechos más elementales, condenándoles, como en el caso de los moriscos, al puro exterminio y expulsión física del país.

Los cristianos nuevos, o judíos conversos, parecen integrados en las clases profesionales de la población, desdibujándose gradualmente su existencia corporativa en el cuerpo social de la ciudad. De ahí que sólo esporádicamente surjan referencias a su condición en los padrones de vecinos. En 1575 se menciona la existencia de 14 familias en la collación de Santa María, 11 en San Lorenzo y 4 en Santo Domingo. No obstante su influencia social debió ser, al igual que en el resto del país, importante en la dinámica regeneracionista de anteriores décadas.

La otra gran minoría es la morisca. Tras la expulsión, en noviembre de 1570, de todos los moriscos granadinos hacia las dos Castillas, Andalucía Occidental y Extremadura, la minoría morisca cuenta con una importante representación en poblaciones como Córdoba (4.000), Sevilla y sus alrededores (6.000), Toledo, Ciudad Real, Úbeda, Baeza, Murcia y Lorca.

En la ciudad de Úbeda contamos con un censo fechado en diciembre de 1600. Según el número de vecinos o cabezas de familia, asciende a 343, repartidos del siguiente modo:

Santa María ............. 40
San Pedro ................ 11
Santo Domingo ......... 23
San Lorenzo ............. 28
San Pablo ................. 77
San Isidoro ................ 85
San Nicolás ............... 25
Santo Tomás ............. 22
San Millán .................. 32

Sus ocupaciones son humildes, su incidencia social prácticamente nula, aunque generalmente son apreciados por la población cristiana. Su destierro, en 1609, va a ser seriamente lamentado por el Concejo.

Es, pues, este contingente social, claramente jerarquizado y diferenciado el que va a dejar, a lo largo de todo el siglo, plasmadas sus señas de identidad en la ciudad como en tantas otras manifestaciones de la vida. La ciudad es el mosaico donde cristaliza una sociedad con sus contradicciones, su realidad convivencial y económica, sus grandezas y debilidades. La ciudad, espacio histórico, es siempre reflejo de una realidad completa, cuando no ensimismada en sus expresiones simbólicas. La ciudad, como organismo vivo, es el soporte formal, a veces escenario, siempre lugar de encuentro y convivencia, proyección pública de unos modos de vida individuales y colectivos.

En efecto, una ciudad se elabora día a día. Los hábitos de conducta de sus moradores, su cultura, están íntimamente ligados a un marco físico, el urbano, hecho no solamente de piedra y cal, sino de recuerdos, añoranzas, frustraciones, sentimientos compartidos y realidad cotidiana. Historia siempre comprometida y tantas veces ignorada, aunque siempre presentida y jamás ausente de la realidad vivida en el presente.

Todos los siglos, todas las etapas de nuestra historia, han dejado una huella cultural en esta realidad. Pero es notorio que, a veces, ciertas épocas han definido con fuerza extraordinaria la configuración urbana de un pueblo. Y, sin duda, es el siglo XVI el que con más firmeza ha diseñado la ciudad de Úbeda, haciendo de ella uno de los conjuntos más emblemáticos de España.

Fuente: Úbeda Guía Histórico Artística de la Ciudad. Excmo. Ayuntamiento de Úbeda, 1985 

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Fecha de la última actualización 02/11/07



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