La gran proyección externa de la arquitectura del Bajo Renacimiento en Úbeda, revestimento venerable y clásico del edificio más emblemático de la ciudad, se va a plantear en las fachadas de la colegial de Santa María de los Reales Alcázares, el tercer templo en dignidad -después de las catedrales de Jaén y Baeza- de la Diócesis del Santo Reino.

Santa María de Los Reales Alcázares

Previamente en la ciudad se ha completado el ornato exterior de otras parroquias. Para San Lorenzo se ha labrado una sencilla portada que ya debe estar concluida en 1586 -según consta en inscripción-, habiéndose ordenado con anterioridad concluir la torre.

"En esta época -añade Ruiz Prieto-, se hicieron en la iglesia tres arcadas y otras obras, que, por el gasto anotado en las cuentas, se deduce que se reformó la mayor parte de la iglesia".

En Santo Domingo de Silos los canteros Francisco de Herrera y Juan de Godoy han construido, según proyecto y planos entregados en 1590, su portada norte." Se trata de un tradicional prototipo local, con estructura apilastrada y arco de medio punto, enmarcado a su vez por grandes pilastras dóricas de orden gigante.

Tanto éste como el anterior ejemplo son muestras tardías que bien podemos considerar provincianas, diseños arcaizantes de maestros locales.

También en San Pedro, en torno a 1605, ocupando la silla apostólica de Jaén don Sancho Dávila, debe concluirse su portada sur, siguiendo el modelo compositivo en su segundo cuerpo de serliana, inaugurado por Vandelvira en los Honrados Viejos del Salvador.

Ésta, trazada muy posiblemente por Martín López de Alcaraz, está compuesta, en su primer cuerpo, por columnas exentas de orden corintio -antepuestas a retropilastras-, con baquetones ascendentes y descendentes en los fustes, arco de medio punto con clave vegetal, y relieve de virtudes en las enjutas. El segundo, tras el entablamento, se compone de columnas-retropilastras jónicas, que abrazan, a manera de retablo, el idealizado esquema de arco palladiano, en cuyo hueco central u hornacina se instala la imagen exenta del titular.

Su torre, hoy desplazada, fue contratada por esos años, habiéndose ejecutado por maestros de albañilería como Juan de Bayona  Pero volvamos a Santa María.

Por los trabajos de Almagro García conocemos de un modo fehaciente cual era el estado que debió presentar esta iglesia hasta los primeros años del 600.

Como ya se ha apuntado, su recinto formaba parte integral del aparato defensivo del viejo alcázar, no habiendo afectado prácticamente la demolición parcial de éste a su aspecto más visible.

Su lado norte, el frente principal que daba al antiguo "llano de Santa María", hoy plaza, no era otra cosa que el muro de la fortaleza que, flanqueado por dos torreones a ambos extremos, servía de contrafuerte al claustro.

En su paño, el único acceso de la iglesia a la ciudad era una puerta de traza islámica -aún conservada- a la que, tras la Reconquista, se le añade una arcada románica.

Esta muralla, que acogía buena parte del recinto, se prolongaba en su lado este, ofreciendo dos nuevas puertas: la de la Consolada, permitiendo la entrada al claustro; la del Alcázar, comunicando la iglesia con el mismo. Por su parte, su flanco de poniente también fortificado, presentaba tres torreones sólidamente anclados en el Arroyo Real, actual Arrollo de Santa María o calle del Prior Monteagudo.

Esta imagen defensiva debía verse reforzada por la presencia de una barbacana, bien manifiesta -con el consabido desnivel- en la fachada principal.

Como podemos imaginar la iglesia colegial ubetense no podía ofrecer un aspecto mas bronco y medieval: un auténtico baluarte militar en el corazón emblemático de la renovada y aristocrática ciudad.

La nueva fachada principal, con su portada, es contratada por don Antonio de Molina Valenzuela, por mandato del obispo Sancho Dávila, en marzo de 1604, al maestro Martín López de Alcaraz, su proyectista.

Los trabajos, en los que parece intervenir también el cantero Francisco de Alarcos, dan comienzo de inmediato. Unos días más tarde es contratada la fachada este, con la nueva portada de la Consolada, a Pedro del Cabo y su hijo, para la cual también había dado trazas López de Alcaraz.

Estas obras han de estar concluidas para 1612, según se desprende del nuevo pliego de condiciones para la construcción de un pretil, o antepecho, que habría de recorrer las fachadas en su parte superior, firmado por los Cabo, Cristóbal del Pozo, yerno del Viejo, y el canónigo Molina Valenzuela, mayordomo de la iglesia.

A tenor de un libro de fábrica correspondiente a los años 1616-1646, hoy desaparecido, aunque estudiado por Molina Hipólito, conocemos los responsables de la labor escultórica -desvinculada presupuestariamente del conjunto- de esta obra. Ellos son Luis de Zayas, autor de los evangelistas del presbiterio del Salvador, y un desconocido Pedro de Vera.

Naturalmente el monto de estas obras habría de ser financiado por las limosnas del prelado y las aportaciones del cabildo de la colegial, sin olvidar los diezmos parroquiales. Pero el proyecto es costoso, solamente la fachada principal es concertada en quinientos cincuenta ducados, y las disponibilidades de rentas poco ciertas, tal como se deduce de los continuos litigios surgidos en su cobranza.

Y ello a pesar de que el Consejo Municipal, ante la petición de limosna de la Colegial, -como veíamos- había hecho un esfuerzo más que razonable, acudiendo, como en tantos casos, en socorro de la empresa.

Con estos precedentes enunciados, es evidente que las limitaciones de su tracista eran considerables. La vieja iglesia seguía manteniendo la presencia de su perímetro intacto; también sus volúmenes.

En tal caso, lo que correspondía hacer era proyectar una gran pantalla, "de doce pies de claro en proporción de tres y cinco" -dicen las condiciones para la fachada principal-, capaz de enmascarar la antigua y sólida fábrica, sin mayores pretensiones de ordenar su estructura.

Sin embargo, López de Alcaraz va a conseguir formular un nuevo elemento que, aunque integrado, gozará de una amplia autonomía y suficiente capacidad expresiva o "parlante". Y para ello, este maestro discípulo de Vandelvira, va a hacer un uso tan simple como eficaz de pilastras de orden gigante, morfemas estructurales del nuevo espacio escénico creado, potenciadores de una elemental vertebración de los paños, sobre los cuales han de ser integradas las portadas.

En efecto, sobre un ancho basamento corrido -en traza original los pedestales eran "re salteados"-, diez proporcionadas pilástras dóricas (seis en fachada principal, cuatro en la de poniente) sustentan un correcto entablamento.

Sobre éste el antepecho, o cuerpo añadido a modo de segundo entablamento, rematado en sus extremos por pináculos; si bien sabemos que, original y alternativamente, éstos podrían haber sido sustituidos; en eje con las pilastras, por esculturas exentas, tal como se manifiesta en un dibujo a tinta del alzado que acompaña el protocolo de 1612.

Es evidente que nos hallamos ante un diseño arquitectónico clasicista, claramente protobarroco. Un proyecto culto y nada provinciano, como corresponde a la obra póstuma de un maestro que bien habría de merecer mejor fortuna crítica.

En sus portadas, por contra, sobre todo en la de la Consolada, sí que encontraremos un gusto figurativista más en consonancia con las modalidades tardorrenacentistas, o manieristas, que se están produciendo en la ciudad desde las últimas décadas del XVI.

La principal presenta organización de arco triunfal. Sobre plinto, dobles columnas y retropilastras pareadas, en cuyos intercolumnios quedan albergadas dos hornacinas con las imágenes de San Pedro y San Pablo, enmarcan el arco de medio punto, sobre jambas de fuste rehundido. Los ángeles o victorias, portando símbolos pasionales, corona de espinas y clavos, ocupan las enjutas, expresando la idea de redención de este programa eclesiológico que es coronado por el triunfo presente en el ángel que se alza en la clave.

Sobre el arquitrabe discurre un friso con ángeles pareados que sostienen espejos sobre filacteria; salvo en el vértice central que sustentan un clípeo con un relieve femenino, tal vez una sibila, la Tiburtina -en alusión al relieve superior del Nacimiento de Cristo-, o la Délfica -profetizadora de la coronación de espinas-, en alusión a las figuras de las enjutas.

El segundo cuerpo reposa sobre basamento de tres calles. En el central las armas episcopales de Sancho Dávila son sostenidas por la Fortaleza y la Esperanza; en los laterales, sobre pedestales, las figuras de dos apóstoles, los cuales, al carecer de atributos por mutilación, son de difícil reconocimiento, aunque bien podrían tratarse de San Andrés y San Felipe.

Entre ellos, formando edículo flanqueado por columnas corintias, se extiende un bello relieve con la Adoración de los Pastores, la Natividad, inicio corporal del ciclo de la Redención humana que culminará con la Pasión, Muerte y Resurrección del Verbo.

Este relieve, obra de Zayas inspirada en un dibujo de Zúccaro grabado por Cort, está coronado por un frontis partido, en cuyo tímpano es albergada una hornacina entre pilastras jónicas con la Imagen de la Virgen Asuncta al Cielo entre ángeles, rodeada por dos jarrones de azucenas, símbolo de virginidad y pureza de la Madre de Dios, mensaje concepcionista que es completado en 1645, año en que el Cabildo municipal aprueba el juramento hecho en defensa del dogma de la Inmaculada Concepción, cuando se ordena la colocación de una inscripción en los pedestales de las columnas del segundo cuerpo: "IN SIGNE HUYUS ECLESIAE CAPITULUM VOTO SE OBSTRIMXIT INMACULATAE DEY PARE VIRGINIS CONCEPCIONIS PROPUGNANDA. ANNO MDCXLV. MARIA SANTISIMA SEÑORA NUESTRA, CONCEBIDA SIN PECADO ORIGINAL".

Rematando el conjunto, un medallón con la figura del Padre Eterno, entre aletones, completa el discurso de salvación.

La fachada lateral, o de la Consolada, ofrece un esquema similar al ya visto en la portada de San Pedro.

Concebida como arco triunfal, su cuerpo bajo presenta esquema de arco de medio punto con clave resaltada, entre columnas y retropilastras corintias sobre plinto. Sobre la línea de impostas los relieves de San Juan Bautista y San Sebastián, reservándose las enjutas para las virtudes de la Fe y la Caridad. Arquitrabe de fascies, friso de ménsulas y cornisa de tacos dan paso al segundo, organizado en tres calles verticales. En la central, imagen exenta de la Virgen con el Niño; en las laterales los escudos de armas de don Sancho Dávila.

Sobre entablamento completo, tres nuevas calles separadas por pináculos, figurando en la central una figura de Niño de Resurrección.

Esta portada, de una ornamentación minuciosa y seca, presenta rasgos inequívocos de entallador. Un predominio del elemento figurativo que pugna por desbancar, por su profusión y carácter, el sentido de serena ordenación geométrica que alabábamos en anteriores creaciones del periodo vandelviriano. Y es que, aunque su autor, Martín López de Alcaraz, pueda ser considerado junto con Alonso Barba, uno de los más fieles seguidores del Maestro, la presencia de un escultor de concepción plástica ya barroca como Luis de Zayas, se hace notar en el resultado final de la obra.

El largo y rico "siglo" arquitectónico de la ciudad había concluido.

Fuente: Úbeda Renacentista ©Arsenio Moreno Mendoza, 1993

 

Colegiata de Santa María de los Reales Alcázares

Si a la complejidad estructural, cronológica, histórico-artística y a la aparente imagen defensiva y de solidez arquitectónica de la Iglesia Mayor Parroquial de Santa María hubiera que buscarle una frase escueta que la definiera, bien podría valer la de "superposición arquitectónica de estilos, de historia y del tiempo".

Asentada sobre un subsuelo arqueológico de la Edad del Bronce, y con mínimas diferencias ocupando el emplazamiento dé la antigua mezquita mayor de la ciudad, la tradición dice que en el mismo sitio los romanos tuvieron un templo dedicado a Diana.

Tras la conquista de la ciudad en 1233 por el rey cristiano Fernando III el Santo, la entonces mezquita fue transformada al culto católico bajo la advocación de Iglesia Mayor Parroquial de los Reales Alcázares y de Nuestra Señora de la Asunción. Desde 1259 fue titulada Iglesia Mayor Colegial y desde 1852 ostenta el título de Iglesia Mayor Parroquial.

Santa María de Los Reales Alcázares

Iglesia principal de la ciudad, durante siglos ha conservado un importante archivo y multitud de obras de arte y joyas, fruto de donaciones y de numerosos privilegios concedidos por reyes, papas y obispos.

Con una imagen exterior entre medieval y clasicista, adosada al primitivo muro del alcázar, Santa María ha sido la iglesia que históricamente más movimiento y ajetreo ha tenido de toda la ciudad, y aún hoy sigue ofreciendo para el ciudadano de Úbeda una atracción especial que le viene dada por su fuerte carácter histórico y el grado de identificación conseguido con la ciudad y sus habitantes, al albergar desde los meses de mayo a septiembre a la Stma. Virgen de Guadalupe, patrona de la ciudad.

Planta: Sin una tipología de
planta unitaria, lo que domina es una sensación de añadidos que le han dado un aspecto de conjunto desigual, resultado de un larguísimo proceso de construcción que abarca desde los siglos XIV-XV al XIX.

Aunque, en conjunto, resulta una extraña tipología nada convencional, salvando los elementos arquitectónicos, el espacio interior se correspondería con una mezquita en la que bien podría ser el claustro el patio de abluciones y las naves del templo el iwán.

Estamos ante un auténtico y recóndito espacio sagrado; calificable de macrocósmico por la complejidad de añadidos y< significaciones.

El exterior Rodear por completo el exterior de Santa María puede ser, por sí solo, un interesante itinerario de arquitectura y urbanismo. Hacia la plaza Vázquez de Molina, el templo presenta un perfil constructivo uniforme, dado por una gran pantalla arquitectónica del siglo XVII, a base de diez pilastras de orden gigante sobre basamento y pedestales resaltados, que la van estructurando en tramos, así como por una tribuna o balconada corrida con clasicistas pináculos, dos ventanales neogóticos cegados y dos espadañas del siglo XIX con cuatro campaniles cada una y las esculturas en piedra de la Virgen de Guadalupe y San Lorenzo. Hacia el Arroyo de Santa María y barrio del Alcázar se entrevén recios muros, casas populares adosadas, restos de una barbacana y el entramado de calles del barrio medieval. Hasta el siglo XVII, al construirse las actuales portadas, el exterior del templo estaba configurado por la muralla que cerraba el Alcázar.

Las Portadas Tres son las portadas de Santa María: dos del siglo XVII, tardorrenacentistas, y una sencilla portada plateresca, procedente de la iglesia de Santo Domingo, que da paso a la Casa Rectoral.

La clasicista portada mayor, frontal al palacio Vázquez de Molina, siguiendo modelos netamente renacentistas de Andrés de Vandelvira, responde a un esquema de arco de triunfo con columnas pareadas. De esta portada destaca el relieve de la Adoración de los Pastores, basado en un grabado sobre un dibujo de Zucaro, que es obra de los Zayas, familia de escultores locales.

La portada de levante o de La Consolada, frontal a 1a torre del palacio del Marqués de Mancera, también de carácter clasicista, está enmarcada por columnas exentas, escudos obispales de don Sancho Dávila y hornacina central con la imagen de la Virgen. Con el tiempo se ha convertido en una puerta emblemática y simbólica, por ser desde donde hace su salida al amanecer del Viernes Santo Nuestro Padre Jesús Nazareno.

El claustro: Obra gótica de finales del siglo XV principios del XVI, ocupa total o parcialmente el lugar donde estuvo el patio de la mezquita. Recorrer el patio, pausadamente, constituye un foco de sorpresa y de atracción para el visitante, que sin necesidad de mucha imaginación, fácilmente se puede transportar a otros siglos, gracias a la profunda ambientación medievalista y de mezcolanza que le viene dada por la irregularidad de su trazado y configuración arquitectónica. Sorprendentes son las capillas que lo rodean, de relativamente bajas y cobijadoras bóvedas de crucería, como la de Nuestra Señora de las Nieves, también llamada de las Bolas, por esta decoración pétrea del arco del altar, o la de los Toreros, con magistral rejería del siglo XVI del maestro Bartolomé y ecce homo en piedra del siglo XVII, pero que a simple vista parece de mayor antigüedad.

Es todo un conjunto sugerente, de valores ornamentales, didácticos, históricos y estéticos que le vienen dados además por los azulejos de los pilares, por la heráldica pétrea con restos de antigua policromía, por la tosca virgen de piedra frontal a la entrada principal, por la escenificación monstruosa sexual y pecaminosa de la decoración escultórica de los capitales, así como por el antiguo portillo de sobria y simplista traza románica, con el escudo de Castilla y León, que durante mucho tiempo fue la entrada a la mezquita y la entrada principal a la iglesia y que según la tradición por ella entró el rey Fernando III el Santo tras la conquista de la ciudad en 1233.

El interior: capillas y ambientación La tremenda dimensionalidad del interior de la colegiata destaca respecto al resto de las iglesias de la ciudad. Consta de cinco naves de igual altura, separadas por pilares y arcos ojivales, tres espaciosas y dos laterales, a las que se abren un elevadísimo conjunto de capillas, casi todas de un Gótico tardío de finales del siglo XV principios del siglo XVI. El templo bien puede definirse como de aspecto extenso, . luminoso y goticista.

De las iglesias de la ciudad asentadas sobre mezquitas, únicamente la iglesia de Santa María conserva en el juego espacial y en la ubicación de los soportes de las cinco naves un cierto aire de la disposición de las naves de la mezquita que tras un rápido vistazo no pasa inadvertido.

De las 32 capillas que se constataban en el siglo XVII en el interior de la iglesia y claustro sin contar la mayor, sólo se conservan 16. Las capillas, lugar de enterramiento de obispos y de las familias nobiliarias de la ciudad, tipológicamente responden a una portada gótica o renacentista, interiores lujosos y artísticos de rancia antigüedad, criptas, y, en general, conservan algunas de las muestras más excelentes de la rejería religiosa andaluza.

Capilla Mayor. La tradición cuenta que está ubicada donde se dijo la primera misa tras la conquista de la ciudad. Después de sufrir enormes transformaciones a lo largo de los siglos, actualmente sobre la pared del testero está adosada una de las tantas portadas góticas del templo, en la que está colocada un llamativa escultura de Cristo crucificado, de arqueada contorsión corporal, obra que probablemente responde al siglo XV.
Capilla de los Sabater. Colateral al altar mayor, en la nave de la Epístola, consta de una clásica portada renacentista del siglo XVII con reja.
Capilla de los Becerra. Es la primera del lado de la epístola. Con portada gótica en arco apuntado y bóveda de crucería, es una capilla profusamente decorada, a la que cierra una magnífica reja en la que se representa la Asunción de María rodeada de ángeles y en un extremo un escudo con las armas del fundador y pájaros exóticos enfrentados.
Capilla del Cristo Yacente. Segunda del lado de la epístola. Con bóveda de crucería y portada semejante a la de la capilla mayor, es obra probable del siglo, XVI. A lo largo de los siglos fue dependencia para guardar la platería del templo y otros objetos sagrados.
Sacristía y Sala Capitular. En el tercer lugar del lado de la epístola se encuentra una antigua capilla, que fue conocida, entre otros nombres, como de los Mercaderes. La portada, construcción probable del siglo XV, es el único elemento originario que ha permanecido.
Capilla del Cristo de 1a Caída. Cuarta de} lado de la epístola, fue fundada y edificada por el chantre don Pedro González de la Cueva con la advocación de San Gregorio y San Juan de Letrán. Reducida en la actualidad a su estructura arquitectónica, es ejemplo del Gótico final con un arco apuntado y
abocinado en la entrada y en el interior bóveda de nervaduras estrellada.
Capilla del Cristo de Medinaceli. Ultima del lado de la epístola. De la obra primitiva solamente se conserva la portada de arco de medio punto. La reja fue realizada por artesanos locales a principios de los años sesenta de nuestro siglo.
Capilla Bautismal. A los pies del templo en el lado de la epístola. De portada con arco apuntado
abocinado, se cubre con bóveda de terceletes de florones lisos. Alberga una pila bautismal de mármol blanco del siglo XVI o XVII.
Capilla de la Yedra. Situada a los pies del templo, tiene una entrada en arco ojival y columnas espirales adosadas. La reja, es obra del maestro Bartolomé, excelente rejero jiennense del siglo XVI. Bien conservada en su policromía sobresale la crestería y el abrazo de San Joaquín y Santa Ana de la sobrepuerta.
Capilla del Santo Entierro. Ubicada a los pies del templo, en la nave del evangelio, y adosada al primitivo muro del
alcázar, es una construcción del siglo XVI, que ha sido conocida como cuarto del tesorero y capilla de los Carvajales.
Capilla Bautismal. Tercera del lado del evangelio, fue fundada por el canónigo Sebastián de Magaña a principios del siglo XVI. Es la única capilla del templo que presenta dos portadas: una al interior y otra al claustro. En el interior conserva una excelente pila bautismal, obra gótico-
mudéjar del siglo XV en piedra caliza.
Capilla de San Sebastián. Segunda del lado del evangelio. Obra posiblemente del siglo XVI, tiene sencillísima portada con arco apuntado y está cerrada por reja de madera.
Capilla de Nuestra Señora de Guadalupe. Primera de la nave del evangelio. En nuestro siglo ha quedado unida a la capilla de las "Bolas" y a la de Cameros, formando un espacio diferenciado por la altura y traza de las bóvedas. La portada se cierra con una sencilla reja del maestro Bartolomé.
Capilla de Jesús Nazareno. Con portada ojival de finales del Gótico, la reja data del siglo XIX. La imagen titular es obra de 1940 del escultor Jacinto Higueras.

La ambientación y riqueza patrimonial del templo, que ha sufrido sensibles pérdidas con el paso de los siglos, mantuvo numerosas piezas artísticas de orfebrería; la rejería de las capillas, mayoritariamente del siglo XVI, son obras cumbres del arte español; durante siglos el templo ha ido acumulando obras pictóricas, tanto de la escuela italiana, entre las que destacan la Virgen de Belén, del retablo de la capilla de los Sabater, y de la escuela española, son buen ejemplo una Inmaculada de la escuela de Alonso Cano o una Piedad de Bocanegra. Del siglo XV es una pila bautismal, gótico-mudéjar y otra en mármol blanco del siglo XVII. En imaginería, un cristo crucificado de cuatro clavos del siglo XV o un cristo caído del siglo XX de Mariano Benlliure.

Fuente: Guía de Úbeda. Ciudad de Renacimiento. Editado por Ceder "La Loma" y realizado por el Módulo de Promoción y Desarrollo de la Escuela Taller de Úbeda. Ayuntamiento de Úbeda 1995

Colegiata de Santa María de los Reales Alcázares

Iglesia Mayor Parroquial de la ciudad desde el año 1852. Es, posiblemente, el templo más unido a la historia de Úbeda y a la de sus ciudadanos. Su importancia viene determinada por su carácter histórico, arqueológico y arquitectónico.

La actual fábrica se asienta sobre un riquísimo subsuelo arqueológico que abarca desde los períodos más antiguos del Bronce hasta una estratigrafía cristiana, pasando por interesantes momentos tardorromanos e islámicos.

Aunque hay noticias, llegadas hasta nosotros por el historiador Ruiz Prieto, de que el templo se asienta sobre otro romano, lo cierto es que los primeros datos fiables sobre el monumento los encontramos en la época musulmana, cuando se nos habla de la mezquita mayor de la ciudad. Esta afirmación se ha visto constatada recientemente, gracias a los estudios arqueológicos efectuados. Podemos afirmar que la mezquita mayor de Úbeda ocupaba, con mínimas diferencias, la misma superficie de la actual iglesia, que constaba de nueve naves de 3,5 metros, que su alzado debía de ser de unos 6 y que estaba fuertemente defendida por torreones en su flanco oeste. En este sentido, todavía se conservan restos de cimentación de los pilares y un trozo de paramento almohade en uno de estos torreones.

Tras la conquista de la ciudad por San Fernando, la mezquita fue transformada al culto cristiano bajo la advocación de Iglesia Mayor Parroquial de los Reales Alcázares y Nuestra Señora de la Asunción. Curioso título explicable por su ubicación dentro del Alcázar de la ciudad.

En este momento las modificaciones en la fábrica fueron muy limitadas, se centraron en la construcción del Altar Mayor, en la de las dependencias del nuevo culto y poco más. De esta forma debió continuar hasta el año 1396, en que se llevó a cabo la construcción de los actuales pilares y arcadas, según se desprende de un documento transcrito por Ruiz Prieto, en el que se habla de «la remodelación que nuevamente fue fecha en Santa María».

Con anterioridad, en 1259, la parroquia había sido elevada a la categoría de Colegial por el Obispo Don Pascual, y desde este momento hasta el año 1852, en que pasa a ser Parroquia, el edificio gozó de numerosísimos privilegios y beneficios otorgados por Papas, Reyes y Obispos.

Hasta la pasada guerra de 1936 custodió un importantísimo archivo y multitud de obras de arte y joyas.

Tras esta brevísima introducción histórica, pasamos a realizar el estudio arquitectónico y artístico.

La fábrica actual es el resultado de numerosos procesos constructivos, y de tal forma se han incorporado elementos a ésta, que algunos críticos han afirmado: «...Este templo ofrece la especialidad de encontrarse en él todos lo géneros de arquitectura y hasta otros que no ha dado a conocer el arte» .

La fachada y portadas datan de la primera mitad del siglo XVII y constituyen la única parte del edificio que responde a un plan previo y organizado.

En 1604 se firma el contrato de construcción de la portada de levante, o de la Consolada, por el canónigo Antonio de Molina Valenzuela y por el maestro de cantería Martín López de Alcaraz, bajo los auspicios del Obispo Don Sancho Dávila que, de la misma forma, hizo con la del lado Norte. Las obras de la totalidad del conjunto se finalizaron en 1645, según se desprende de la inscripción que campea en el friso de la portada norte.

Conocemos por Molina Hipólito, que en las obras trabajaron los alarifes Pedro de Vera y Pedro del Cabo y el escultor Luis de Zayas.

La norte es muy vandelviriana y responde en su esquema al de arco de triunfo, tan propio del Renacimiento, si bien es cierto que, como apunta Galera Andreu, «puede observarse un lento despegue de los esquemas de este arquitecto por la colocación desplazada de las hornacinas de los intercolurnnios». En ella destaca la decoración escultórica de Luis de Zayas, realizada en base al relieve de la Adoración de los Pastores, inspirado en un grabado de Zuccaro, de los escudos de Don Sancho Dávila, de la decoración figurada y de una fina de carácter vegetal.

La de la Consolada está enmarcada por columnas exentas y tiene un mayor desarrollo y sentido verticalista. La decoración escultórica, también obra de Zayas, se realiza con la representación de las Virtudes en las enjutas, con la imagen de la Virgen en la hornacina central, con los escudos de Don Sancho Dávila y con otra de tipo geométrico que responde al gusto del Manierismo.

Ambas portadas y la fachada se apoyan sobre el antiguo muro del alcázar. La fachada se articula en grandes pilastras corintias, sobre basamento y su construcción se debió al deseó de adecentar el pobre exterior del templo cuando ya se habían realizado todos los edificios que hoy flanquean la Plaza de Santa María.

El exterior se completa con dos espadañas, construidas en 1888 por el arquitecto Felipe Vara, con dos ventanas góticas ciegas, que no responden al proyecto original, construidas en el mismo año y con una sencilla portada plateresca, procedente de la iglesia de Santo Domingo, que da paso a la casa rectoral.

El Claustro, que contempla la planta del antiguo patio de la mezquita, es obra del gótico tardío de finales del XV y principios del XVI. Lo más importante en él son las bóvedas y las capillas que lo rodean.

Las bóvedas ojivales, en su mayoría de terceletes, fueron mandadas construir por el canónigo Don Pedro Becerra (su escudo de armas adorna algunos de los capiteles).

En las jambas de la puerta podemos observar el escudo de la Colegial y del Obispo Don Alonso Suárez de la Fuente del Sauce, que mandó, a principios del siglo XVI, construir una puerta gótica de la que es resto el arco ciego que se observa a la derecha de la entrada.

En el muro se abre el antiguo portillo de entrada a la mezquita. Este, en su origen, era de traza musulmana, y durante mucho tiempo constituyó la entrada principal a la iglesia desde la ciudad. Es, sin duda, la puerta más antigua del templo, según la tradición, por ella entró San Fernando tras la conquista de la ciudad. En su cara interior presenta traza románica. Sobre esta puerta se puede observar un primitivo escudo de Castilla y León.
La totalidad de las capillas del Claustro son anteriores a la construcción de las bóvedas y entre ellas destacan las siguientes:

La de las Bolas, o de Nuestra Señora de las Nieves, construida por el canónigo Pedro Vela, a finales del siglo XV, que presenta una curiosa decoración de bolas, y la del Cristo de los Toreros (a la izquierda de la entrada), de estilo gótico con una buena reja del siglo XVI, procedente de la del coro de la iglesia y con la imagen de un Cristo de piedra del siglo XVII.

El resto de las capillas son de los mismos años y hoy sólo conservan sus portadas del gótico final.

Antes de entrar en el interior, podemos observar una capilla que guarda, tras una reja del XVI también procedente de la del coro, una pila bautismal de piedra gótico-mudéjar.

El interior resulta un tanto destartalado por los añadidos que ha ido sufriendo a lo largo de los años. El principal, la bóveda que sustituyó en el siglo XVII a la primitiva techumbre de madera.

Los escudos que la decoran pertenecen a algunos de los Obispos que concedieron beneficios al templo.

Los pilares y arcadas (ya hemos apuntado la fecha de su construcción), son de estilo gótico-mudéjar sevillano.

El conjunto interior resulta grandioso, pero hay que verlo con la imaginación y pensar que la fábrica tuvo techumbre de madera y un gran coro en su parte central. Son numerosísimas las capillas del interior y casi todas ellas son obras del gótico de finales del XV y principios del XVI.

El Altar Mayor fue cedido a Don Beltrán de la Cueva para enterramiento familiar, aunque éste no se llevó a cabo. En la actualidad presenta altar formado por arco gótico, procedente de una de las capillas del coro, y un Cristo crucificado gótico de curiosa presencia.

Siguiendo por el lado del Evangelio encontramos las siguientes capillas:

Capilla de Jesús Nazareno. Construida en el siglo XVIII, por la familia de los Orozcos. Su portada gótica procede de otro lugar del templo y guarda la imagen del Nazareno debida a Jacinto Higueras.

Capilla de Nuestra Señora de Guadalupe. Ocupa el lugar de tres capillas anteriores, y presenta en su entrada una reja del siglo XVI, procedente de otra capilla del templo.

Capilla de San Juan Nepomuceno. Gótica del siglo XVI.

Capilla Bautismal. Fue fundada por Sebastián de Magaña en el siglo XVI. La verja de madera data de 1600, y procede de la iglesia de Santó Domingo.

Capilla del Santo Entierro. Gótica. Las imágenes son modernas y son de la mano del escultor Palma Burgos.

Capilla de Nuestra Señora de la Yedra. Construida a principios del siglo XVI por el arcediano Don Rodrigo Sagredo. En ella lo fundamental es la reja del siglo XVI, realizada por el Maestro Bartolomé, y sin duda una de las joyas de la iglesia.

Capilla Bautismal. Construida por la familia de los Baezas. La pila bautismal es obra del siglo XVI.

Capilla del Cristo de Medinaceli. Sólo conserva de antigua fábrica la portada gótica.

Capilla del Cristo de la Caída. El Cristo se debe al escultor Mariano Benlliure. Fue fundada por el chantre Pedro González de la Cueva, a principios del siglo XVI.

Capilla de Nuestra Señora de la Merced (hoy Sacristía). La fundación data del siglo XIV. La fábrica es posterior y es una de las mejores portadas de todo el templo. Las obras de la sacristía se realizaron en el siglo XVIII.

Capilla del Cristo Yacente. Ocupa el lugar de la primitiva sacristía. Su portada procede de una de las capillas del coro. El Cristo es de Palma Burgos y el cuadro se debe al pintor local Marcelo Góngora. La reja un resto de la del coro y es obra del siglo XVI.

Capilla de San Antonio. fue fundada a principio del siglo XVI por el canónigo Pedro Becerra, bajo la advocación de Nuestra Señora de la Concepción y San Lorenzo mártir. Por el conjunto de reja y portada es la mejor de la iglesia dentro del estilo gótico. La reja es obra del siglo XVI y también se debe a la mano del Maestro Bartolomé; las escenas, trabajadas a doble haz, se centran en la vida de Adán y Eva. La portada se articula en base a un gran arco apuntado, con decoración de cárdina e imágenes de la Virgen y Santos. En el interior destaca un gran retablo moderno de Marcelo Góngora sobre la vida de San Antonio de Padua y una Piedad del siglo XVII de Bocanegra, copia de otra de Van Dick.

Capilla de los Sabater. Presenta portada renacentista del siglo XVII con la imagen de San José. La traza del interior data del XVIII y se realizó a instancias del Marqués de Vezmeliana, Don Lorenzo Muñoz Triviño. El dorado y pintado se realizó en 1881 por Don Ignacio Sabater. Lo más importante de esta capilla son algunos de los cuadros que la decoran. Destaca el de la Sagrada Familia del retablo, buenísimo ejemplo de la pintura italiana del XVI.

En la Guerra Civil desaparecieron la sillería del coro y la casi totalidad de joyas y cuadros que el templo guardaba. La misma suerte corrió el riquísimo archivo.

De la sillería conocemos que fueron sus autores Juan de Reolid y Luis del Aguila, que era obra del siglo XVI y que, por fotografías conservadas, era de sumo interés y de estilo semejante a otras de la ciudad.

En el Archivo Histórico Municipal se conservan importantes documentos en pergamino, procedentes de la iglesia, que nos transmiten algunos privilegios de los que gozó la Colegial.

Además de los cuadros citados, se conservan algunos más. Destaca la representación de una Inmaculada de la escuela de Alonso Cano. En obras de orfebrería aún se conservan buenas piezas: acetre de plata de origen castellano datable hacia 1600, restos de la custodia francesa regalada a la Colegial por Doña María de Molina, cáliz de plata cordobés de finales del siglo XVIII, firmado por Francisco de Illescas, otro, del mismo origen, de 1794 realizado por Manuel Repiso, juego de dos incensarios de plata del siglo XIX y marcado clasicismo y otras piezas modernas

© ANTONIO ALMAGRO GARCIA

 

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Fecha de la última actualización 06/11/07


 

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