Exento en sus cuatro costados, construido hacia la mitad del siglo XVI, es un punto estratégico de la ciudad. Frontal a la vieja colegiata de Santa María y en línea con la iglesia funeraria del Salvador, su construcción vino a reforzar a esta plaza, considerada uno de los espacios más singulares del Renacimiento español.

 

Palacio Vázquez de Molina

Este palacio, conocido popularmente como de las Cadenas, cuyo promotor fue Juan Vázquez de Molina, sobrino de Francisco de los Cobos y, al igual que él, secretario de estado de Carlos V y secretario de cámara de Felipe II, y que no llegó ni siquiera a habitar, es en el mismo siglo XVI remodelado, y adaptado para monasterio de madres dominicas. De su fastuosidad ambiental originaria aún mantiene piezas como las pinturas murales de lo que fue Sala Capitular del convento de 1595 y en el tercer cuerpo un magnífico artesonado en artesa siguiendo usos y gustos mudéjares.

Indudable obra clásica con similitudes italianas, este palacio es, sin temor a dudas, la pieza de arquitectura civil palaciega del siglo XVI más representativa en su género de toda la ciudad: un auténtico palacio urbano del Renacimiento español.

La planta:

Con un esquema similar a los palacios y grandes casas del siglo XVI en España, tipológicamente responde a una planta cuadrada con patio interior porticado, columnado, con arcos de medio punto y dos plantas en, altura. Siguiendo el modelo de "casa romana" y en general mediterránea, el patio estructura la ordenación interna de las dependencias.

Un palacio con dos fachadas, una la del Ayuntamiento, con tintes clasicistas de los años 40 de nuestro siglo, con acceso desde lo que fue antiguo huerto del palacio, hoy plaza de los Caídos; y la otra, portada principal de acceso al palacio por la renacentista plaza de Vázquez de Molina.

 

Fachada Principal

Fachada principal:

De una gran magnitud, responde formalmente a un planteamiento orgánicamente estructurado en tres cuerpos, con una ordenación horizontal de tres plantas y verticalmente siete calles de diferente anchura. Desde los extremos, los tramos de la fachada van sucesivamente disminuyendo en anchura hasta llegar al tramo central, que vuelve a ser ancho, consiguiendo un efecto óptico de simetría, así como de solidez de la edificación.

En la fachada es destacable -la planta -noble- constituida por siete proporcionados balcones rematados por frontones; el cuerpo alto por los siete ojos de buey y ocho guerreros y madonnas portadores de la heráldica familiar de cada una de las calles; y la cubierta por las linternas de las esquinas superiores del edificio, elemento ornamental en forma de -tholoi- clásico que ayudan a dar mayor esbeltez a la construcción. Un.valor añadido anecdótico y atractivo sobre la fachada del palacio son los denominados vítores, grafitis de la época, que, referidos a hechos conmemotativos, personajes o críticas, ofrecen una visión global de uso y paso del tiempo.

Pintura mural del palacio.

En conjunto, la fachada de clara ascendencia italiana y diseño clásico, es un fiel trasunto de un diseño de casa romana dado a conocer en 1511 por fray Giocondo de Verona. Resulta chocante y al mismo tiempo original la inversión de los órdenes arquitectónicos, que Vandelvira diseña en un alarde de libertad, situando el corintio en la pilastra del primer piso, el jónico en el segundo y en el tercer cuerpo figuras antropomorfas.

El patio:

Eje desde el que se organiza la vivienda, al igual que el resto de los patios palaciegos de la ciudad, presenta unos rasgos comunes en los que no faltan la fuente central ni la reiterativa y autoafirmante heráldica familiar en las enjutas de los arcos. Este patio en concreto, frente a la tónica general de patio central, aquí queda desplazado considerablemente en planta y por otra parte presenta una singular nota de italianismo que no aparece en ningún otro edificio de la comarca. Y así, la galería columnada del piso bajo -en clave cuatrocentista- se cubre con bóvedas de arista, y en los muros se desarrollan una sucesión continua de arcos ciegos.

 

Patio Interior

Así mismo, un originalísimo juego de bicromía realzan a este patio renacentista, efecto que es conseguido a través de la pétrea y marmórea fuente central, con las columnas de mármol blanco de Génova sobre las que descansan los arcos, y a través de la conjunción de arcadas ciegas y bóvedas blanqueadas, lo que presta al edificio una acusada semejanza con la Florencia renacentista.

Los especialistas y estudiosos de detalles reconocerán, incluso, que las ménsulas de las claves de los arcos siguen esquemas siloescos, pero lo definitorio, es poder recordar que se ha dicho que, con este palacio, Andrés de Vandelvira logra la obra más clásica de toda su trayectoria estilística y tal vez de todo el Renacimiento andaluz.

Hoy, este palacio alberga el Ayuntamiento, el Archivo Histórico de la ciudad; así como el Museo de Alfarería.

Fuente: Guía de Úbeda. Ciudad de Renacimiento. Editado por Ceder "La Loma" y realizado por el Módulo de Promoción y Desarrollo de la Escuela Taller de Úbeda. Ayuntamiento de Úbeda 1995

Fundado por Juan Vázquez de Molina -un sobrino de Francisco de los Cobos-, Secretario de Estado de Carlos V y Secretario de Estado y de Cámara de Felipe II, la construcción de este Palacio debió iniciarse en 1562, invirtiéndose en sus obras unos 60.000 ducados. Seis años más tarde, su arquitecto, Andrés de Vandelvira, podía hacer entrega de la obra, totalmente acabada, a Vázquez de Molina, siendo cedido gran parte del inmueble por el fundador -al no poseer herederos directos-, a la Comunidad de Dominicas de la Madre de Dios; motivo por el cual el proyecto debe ser transformado, permutándose el zaguán por una cripta y capilla precedida de sala capitular. La ejecución material de la obra debió llevarse a cabo por distintos maestros, siempre bajo la tutela de su trazista. Y así sabemos cómo, por ejemplo, en 1565 Vandelvira hace tasación de la obra realizada por el cantero local Miguel Calvyde. Esta básicamente había consistido en la ejecución de la losadura, en la que dice haber utilizado 1.527 varas y media y tres cuartillos, a dos reales y tres cuartillos la vara; así como un estanque, posiblemente instalado en el huerto -hoy lonja del Ayuntamiento-. Para este estanque había sido confeccionado un arco -que albergaría la fuente- y un corredor. Es también factible pensar en la intervención del maestro Jorge Leal.

Sin temor a equívocos podemos afirmar que estamos ante la obra de carácter más clásico proyectada por Vandelvira.

La fachada principal consta de tres cuerpos y en ella se desarrolla, de forma ya coherente, un planteamiento de fachada orgánicamente estructurada.
A cada
planta corresponde un orden arquitectónicamente diferente: Al inferior, corintio; jónico al medio y una combinación de telamones y cariátides al superior, invirtiéndose de esta manera los postulados ortodoxos enunciados por Vitrubio. Estos tres cuerpos están a su vez ordenados en siete ejes simétricos, siendo el paño central el lugar donde queda instalada la portada principal de acceso.

Como dato significativo del depurado perfeccionismo conseguido en esta fachada por su constructor, sólo decir que los tramos (intervalo entre pilastra y pilastra) que compone la triple ordenación de ella, son de diferente anchura; algo difícilmente perceptible, pues se trata de una corrección óptica intencionada, ideada para dotar al diseño de una mayor solidez, estabilidad y equilibrio.

El tercer cuerpo presenta en sus tramos ojos de buey, préstamo directo de Pedro de Machuca y su palacio de Carlos V en la Alhambra. Este cuerpo está coronado por una atrevida cornisa muy volada. Para contrarrestar el peso en las esquinas de tan enormes molduras, su constructor sitúa dos esbeltas y bellas linternas en los ángulos, lo que confiere al diseño gracia excepcional y firmeza.

El palacio en sí rezuma «savia bramantesca» -en palabras de Chueca Goitia-. El notable italianismo de su diseño, que encuentra precedentes en Palacios Romanos como el Giraldi, viene dictado al maestro, sin duda alguna, por su contacto con la obra de Machuca y el perfecto manejo de los tratadistas clásicos.

Franqueada la entrada de la fachada principal, fachada que es inequívocamente deudora, por su concepción apilastrada de la última producción de un León de Baptista Alberti, nos adentramos en el amplio zaguán, reconvertido -como ya indicábamos- en capilla de una única nave cubierta por bóveda de cañón rebajada. En su cabecera, la cripta del primitivo convento. A los pies, el coro, que se comunica a su vez con la Sala Capitular.

Atravesando el zaguán-capilla, nos encontramos el patio central. Este queda desplazado considerablemente en planta a la derecha, en base a solucionar el espacio ocupado por la escalera principal. Es de doble tramo, compuesto por cinco arcos en cada uno de los lados del cuadrado. Las columnas son sensiblemente estilizadas, denotándose en ello un cierto alejamiento del canon clásico y un preexistente regusto por 'el módulo andaluz de origen nazarita. Sus capiteles son de orden corintio y sus fustes de mármol blanco de tipo genovés.

Las arquivoltas presentan una moldura simétrica, apareciendo en las claves ménsulas de origen siloesco. Sobre las arquivoltas se levanta un entablamento completo de sencilla molduración.

En las enjutas unos escudos sobre filetería confiere al patio el acostumbrado carácter emblemático.

Como notable novedad, frente a los restantes patios renacentistas de la ciudad, Vandelvira cubre las galerías bajas con unas ligeras bóvedas de aristas. Este abovedamiento presta al conjunto unas claras resonancias florentinas.

Mención especial, ya en su interior, merece la gran sala del Archivo Histórico, situada en el cuerpo ático y cubierta por un impresionante artesonado mudéjar.

Por otra parte, la Sala Capitular presenta una decoración al fresco de cierto interés histórico, realizada en 1559.

El Salón de Plenos, de recio gusto decimonónico, está decorado con lienzos del pintor ubetense José Tamayo. En su antesala, o Salón de Permanentes, una hermosa tabla gótica de la Virgen de los Remedios (que muy bien podríamos definir como la Virgen de los Fueros Municipales), trasladada desde la antigua Plaza de Toledo.

Otras obras de interés existentes en el edificio son un lienzo de Blas Muñoz, representando a San Francisco (procedente del Museo del Prado), un retrato de Isabel II, pintado por Esquivel, varias copias italianas, mobiliario del siglo XVI, etc., etc.

Fuente: Úbeda Guía Histórico Artística de la Ciudad. Excmo. Ayuntamiento de Úbeda, 1985

Parece sorprendente como en un plazo no superior a diez años la arquitectura renacentista ubetense, de la mano de Andrés de Vandelvira, haya podido adquirir un grado de madurez clásica como el alcanzado en las casas principales mandadas levantar por Juan Vázquez, también conocidas como Palacio de las Cadenas.

Hasta hace bien poco se daba la década de los sesenta, 1562 con mayor exactitud, como fecha de inicio y ejecución de este palacio, cuyo coste habría -de creer a su fundador- superado los 60.000 ducados.

Con certeza sabíamos que en 1565 Vandelvira había hecho tasación de la obra realizada por el cantero local Miguel Calvyde, consistente en labores de losadura. Así este alarife afirmaba haber empleado 1.527 varas y media y tres cuartillos, a dos reales y tres cuartillos la vara.

También en este mismo año se ejecutaba un estanque, posiblemente instalado en el huerto -hoy plaza del Ayuntamiento-, para el cual habían sido tasados los trabajos de un arco y un corredor

Sin embargo, un contrato publicado por V. Ruiz, suscrito por el rejero Francisco López en 1546, según el cual se comprometía a efectuar los trabajos de rejería de la fachada principal, nos evidencia que para este año el grueso de la obra ya debería estar prácticamente realizado, por lo que su traza debe ser anticipada -al menos- en unos dos años.

No obstante, aún en 1557, son los canteros locales Antón Sánchez y Alonso Fernández, quienes se obligarán a levantar los muros laterales de la fachada.

Si barajamos las fechas mencionadas advertimos que el proceso constructivo de este edificio es dilatado, iniciándose en los primeros años de la década de los cuarenta, para proseguir ininterrumpidamente durante la siguiente.

Ya en los sesenta serán trabajos complementarios los que se llevarán a cabo, para enlazar -de un modo inevitable- con las tareas de remodelación y adaptación de la fábrica palaciega en monasterio. Hemos anotado con qué vertiginosa celeridad la arquitectura local ha alcanzado un lenguaje de clásica madurez y modernidad italianizante realmente insospechado. Un fenómeno que difícilmente ha de encontrar respuesta si no la buscamos en las excepcionales dotes interpretativas de su autor.

Y es cierto; tan cierto como que la "idea" de esta construcción, tanto a un nivel de planta como de alzado de su fachada, es un préstamo no literal del modelo de "casa romana" de la edición latina de Vitruvio publicada por Fra Giocondo de Verona en 1511.

Mas si contemplamos sus grabados (fol. 11 y 11 v. Liber Primus), de una enorme precariedad en sus dibujos, apreciamos que más allá del concepto volumétrico y figurativo, Vandelvira articula con intuición ejemplar toda una nueva sintaxis, no exenta de licencias, tan clásica y experimental como, quizá, sólo podamos apreciar en las maduras creaciones de la arquitectura civil del Quatrocento italiano.

La fachada principal consta de tres cuerpos, subdivididos a su vez en siete calles verticales -dos más que en el modelo vitruiviano.

En ella se desarrolla ya de manera reglada y coherente un planteamiento de fachada orgánicamente estructurado.

A cada planta o cuerpo corresponde un orden arquitectónico diferente: al inferior corintio, jónico al medio y, en planta superior, una combinación de cariátides y telamones.

Es evidente, pues, la inversión de los postulados gramaticales enunciados por Vitruvio, una de las tantas libertades sintácticas adoptadas por el Maestro de Alcaraz.

Como dato significativo del depurado perfeccionismo alcanzado en la traza de esta obra por su constructor, sólo decir que los tramos -intervalo entre columna y columna- que componen su triple ordenación son de diferente anchura; algo difícilmente perceptible, ya que se trata de una corrección óptica intencionada, ideada para dotar al diseño de una mayor solidez, estabilidad y equilibrio.

Su tercer cuerpo presenta en sus tramos ojos de buey, cuya presencia nos delata la directa influencia de Pedro de Machuca y su Palacio de Carlos V.

En esta planta, como se ha indicado, las columnas han sido sustituidas por soportes antropomorfos. Son los telamones y cariátides que nos describe Vitruvio (Libro I. Cap.I).

Estas figuras han sido representadas, de un modo elemental, en la edición de Fray Giocondo. Pero, indudablemente, ningunas tan bellas como las que aparecen en la nueva edición de Cesare Cesariano (Como, 1521). Sin embargo, su plasmaci6n escultórica nada tiene que ver con los anteriores ejemplos y sí, aunque de un modo lejano, con las ilustraciones existentes en las Inscriptiones Sacrosanctae de Piero Apianus (Ingolstad. 1534), libro que recordemos poseía Vandelvira, cuyos grabados femeninos (Láms. CCCLXIV y CCCLXV) nos evocan las clásicas tenantes del palacio ubetense.

¿Quién sería el ejecutor de esta labor escultórica? De momento no poseemos datos al respecto. Empero creo que será oportuno recordar que en 1544, Esteban Jamete aún permanece en la ciudad, por lo que su influjo, y con él el dictado de un gusto francés por la modalidad antropomórfica del elemento sustentante, debió ser inequívoco.

Corona este cuerpo una atrevida cornisa muy volada, siguiendo el esquema original de Fray Giocondo. Y en sus esquinas dos esbeltas y bellas linternas, elemento ornamental en forma de tholoi clásico, tal vez inspirado en la linterna eclesiástica diseñada por Serlio en su Libro V (1547). Éstas -en palabras de Chueca- podrían asumir funciones de contrarresto constructivo -debido al enorme peso de las esquinas-, función desmentida en la última restauración de las mismas.

El palacio en si rezuma "savia bramantesca" -siguiendo la expresión de Fernando Chueca-. El notable italianismo de su trazado, que encuentra precedentes en palacios romanos como el Giraldi, viene propiciado al maestro por un correcto uso de los tratadistas clásicos, sin olvidar la influencia latente de Machuca y su arquitectura de retablos.

Franqueada la entrada de la fachada principal, fachada que es inequívocamente deudora, por su concepción ápilastrada, de la producción albertiana, nos adentramos en el amplio zaguán. Éste, formando acodo con el patio en seguimiento de una tradición bien acendrada en la arquitectura civil andaluza, fue reconvertido en capilla de una única nave cubierta por bóveda rebajada, coro elevado a los pies y cripta en su cabecera.

El patio central, organismo centrípeto que estructura la ordenación interna de los demás espacios, queda desplazado considerablemente a la derecha en planta, hecho que está motivado por la ocupación espacial de la gran escalera.

Lugar emblemático por antonomasia, el patio constituye el espacio vertebrador capaz de organizar las restantes funciones de la mansión. En su intimidad discurre el ceremonial cotidiano de los días, sustantivando la magnanimidad de la fábrica. Este ejemplar, el más clásico y solemne de la ciudad, es de doble tramo, compuesto por cinco arcos en cada uno de los lados del cuadrado. Las columnas, menos estilizadas y de modulación más ortodoxa que en los restantes modelos ubetenses, poseen capiteles corintios y fustes de mármol blanco.

Las arquivoltas presentan una moldura simétrica, volteadas sobre ménsulas de origen siloesco impostadas. Sobre ellas aparece un clásico entablamento de sencilla molduración. En sus enjutas se sitúan los escudos cuartelados sobre filetería de los fundadores confieren al recinto el habitual discurso nobiliario y autoafirmativo.

Como notable novedad, frente a los restantes patios renacentistas de la ciudad, Vandelvira cubre sus galerías bajas con unas ligeras bóvedas de arista seguidas. Y todo ello desde una propuesta de bicromía que, unida a elementos como el abovedamiento, prestan al conjunto un austero empaque capaz de evocarnos con firmeza ejemplos florentinos del 400.

El interior del palacio ha experimentado diferentes mutaciones de uso: residencia familiar de sus fundadores, monasterio de madres dominicas, juzgados, ayuntamiento. Por ello no son muchos los elementos decorativos o estructurales originales que se conservan.

En su planta baja, sírvanos de ejemplo las pinturas murales de la sala capitular, ejecutadas con gran mediocridad en 1559.

También en esta planta aún perdura un interesante resto de cubierta, formada por bóveda esquifada plana, con decoración de casetones en estuco policromado. Esto y algún techo de alfarje son los restos de un tratamiento ornamental que, a buen seguro, debió ser fastuoso. De ello nos ofrece buena muestra la crujía de su tercer cuerpo, la mejor conservada de todo el edificio, espléndidamente cubierta por armadura de madera en artesa, atirantada y concebida siguiendo usos mudéjares propios de la "carpintería de lo blanco".

Fuente: Úbeda Renacentista ©Arsenio Moreno Mendoza, 1993

 

 

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Fecha de la última actualización 02/11/07


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